jueves, 6 de marzo de 2014

Un mensaje en una botella (de cerveza)

No voy a engañar a nadie: han pasado años desde que empecé a escribir este blog, y alguna vez,  a hurtadillas y sin hacer mucho ruido, he vuelto a releer lo que un día expulsé de mis entrañas. 
Quizás ha sido el "cuaderno de viaje" en momentos tan duros y extraños que nunca tuve el valor de volver pisando fuerte, por miedo a que mis pasos rompieran un recuerdo.

Hace muchos años, me prometí a mi misma volver al Norte del que nunca partí. Y hoy me doy cuenta de que formaba parte de él, incluso mucho antes de haber nacido.

Guardo sus fotos, como parte de una historia que aún no está escrita. Me asomo a la ventana, y veo al petirrojo feliz en el muro de piedra. Cae la noche, y cuando los monstruos asoman, hay un pequeño haz de luz de un fénix escondido, que se hace más fuerte a medida que avanza el miedo. Y éste desaparece. 
Cojo el lápiz, y jugueteo con las líneas, que emprenden una danza, con todos los colores que utilizamos para aferrarnos a una realidad distinta. Sin dioses, sin tormentas, sin miedos.

Mi mano ya no está desnuda. Siento el calor de quien un día, con su mirada y sin mediar palabra, me prometió que volvería. Y volvió. 

Y el tiempo pasa, solemne, sin descanso aparente, y con el único rumbo que queremos que tome... A veces dibujamos su camino, otras, deliberadamente, rompemos sus cadenas y nos perdemos en noches cuya magia radica en el sinsentido.

He aprendido a entender que no sé nada, y vivo con la esperanza de no saber jamás lo suficiente, para que cada día pueda echar un pulso con el destino. He aprendido a mirar más allá de los ojos, que a pesar de ser el espejo del alma, en algunas ocasiones reflejan almas inexistentes. He descubierto nuevas historias escondidas en personas verdaderamente increíbles. Y, perdón por la osadía, creo haber conocido otros seres humanos extraordinarios (no nos engañemos, muy pocos) que han sabido ganarse mi respeto sin saberlo.

Quizás mañana todo cambie, despierte y el (mi) mundo se haya desbordado una vez más, y arrastre consigo todo lo que ahora mismo me sostiene. O quizás sea el miedo a pensar que hay cosas que ni todas las olas del mundo pueden barrer.