viernes, 24 de octubre de 2008

Acto I (o cómo aprender a respirar)


Nacer no es fácil, ya me lo dijo mi madre.
Y es que a uno le resulta complicado, tras haberse acostumbrado a nueve meses de auténtico lujo, viviendo de las rentas y el cuento, con un espacio propio (con lo mal que anda ahora el sector inmobiliario!)
como si de un famosillo de medio pelo se tratase, tener que salir ahi fuera...
De todas las veces que he nacido, no me pregunten porqué, la primera me pareció la más real. Eso de abrir los ojos, y darse de bruces con la realidad. Así, sin avisar. Que además de llevarse uno el susto, lo remata una mano gigante propinando en las incipientes nalgas de un servidor, una somanta de azotes, ya que si naces sin llorar, no es lo mismo. O no tiene gracia, o algo va mal.
La gran desilusión llega cuando, una vez fuera y sin retorno posible (una vez intenté desnacer, pero mi santa madre se negó en rotundo), te das cuenta de que todo era una gran farsa, para obligarte a aprender el significado de determinadas palabras, tales como "madrugar", "factura", "curro", "jefe", "quiebra", "cuernos", etc etc. Y ahora a quien le mando yo la hoja de reclamaciones? Es más...en qué recóndito lugar de mi santa madre, estará escondido el buzón de sugerencias?
Aaah, no, amigo. Ahora a aguantar, que para algo has nacido.

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